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domingo, 11 de octubre de 2015

La tetita

Llevo algo más de 8 meses amamantando.
Las primeras semanas fueron difíciles; nos costó encontrar nuestro ritmo, nos costó encontrar la posición adecuada, me costó aprender a lidiar con cantidades sobrenaturales de leche fluyendo por todas partes y con el dolor de los músculos del pecho y cuello que las nuevas dimensiones de mi busto trajeron consigo. Pero una vez superado ese período de aprendizaje, todo fue muy bueno. Hasta que empezamos con los dientes.

Hubo cierto margen de tiempo entre que salieron los dos primeros (juntos) y todos los demás, pero una vez empezamos con el tercero, es como si cada semana le viniera asomando uno nuevo... y él es un bebé relajado, todo se lo toma de buen ánimo, rara vez llora, pero su necesidad y desesperación por morder a veces es mayor que su capacidad de control y -sobre todo cuando tiene sueño- mis tetas pagan las consecuencias.

El último mes ha sido quizás el más difícil, porque con mi vuelta al trabajo, la parte de su necesidad de leche/tetita que no es cubierta durante el día es recuperada durante la noche (como mencioné en el post anterior, mi bebé pasó de dormir toda la noche a despertar innumerables veces), y el sueño, la ansiedad de separación, las encías... no son buena combinación. Después de 7 meses de lactancia exitosa, mis pechos volvieron a sangrar, aunque esta vez no por posicionamiento incorrecto, sino porque dos pequeños dientecitos con filo de cuchillo lograron no solo apretar, sino penetrar la piel... y tirar. El dolor es una cosa, y no es nada agradable (sobre todo cuando después hay que seguir refregando la costra con la boquilla del extractor de leche, haciendo que sangre otra vez, y otra vez, y otra vez), pero lo que me produce más incomodidad no es eso, sino la posición defensiva en que esas situaciones me ponen. Me produce un rechazo instintivo acercarlo al pecho, y tengo que de forma racional y consciente ir contra ese instinto de autoprotección, relajar los músculos y dejar que mi hijo haga su trabajo.

Esa dinámica me agota. Una, dos veces al mes estaba bien, pero ahora, en este último mes, siento que es cosa de todos los días, y puede que tenga razón, porque así al ojo, haciendo una estimación, diría que recibo al menos una mordida al día, aunque suelen ser dos o tres. No he vuelto a sangrar, pero sí mientras esa herida se curaba recibí otra mordida en el mismo pecho que me causó algo que interpreto como un ducto tapado; una pelotita protuberante justo al lado de la areola que, afortunadamente, desapareció sin mayores complicaciones luego de unos días (pero admito que estuve asustada mientras duró).

Por otro lado, volver al trabajo me ha hecho difícil compatibilizar todos los aspectos de mi vida, y el aspecto que más paga el precio es el tiempo que dedicaría a mi misma, a mis intereses; y esa necesidad no satisfecha de ser yo misma me produce a su vez la necesidad de recuperar el control de mi cuerpo, y eso choca con el hecho de que mis tetas no son mías.

Aún me encanta amamantar. Adoro que sea nuestro momento, algo que (a pesar de que su padre lo alimenta con mi leche extraída mientras yo no estoy) sigue siendo exclusivamente nuestro. Algo que nos reconecta luego de varias horas separados y que le demuestra en un segundo que mami está ahí, cerquita de él, pero por primera vez empiezo a cuestionarme cuanto tiempo más seguiré dando el pecho... y la verdad no logro llegar a un consenso.